jueves, 19 de marzo de 2009

LA SEMANA SANTA,¿QUE SEMANA SANTA?


LA SEMANA SANTA ¿QUÉ SEMANA SANTA

A una botella de vino vacía no se le puede llamar vino, ni se puede decir que hay pan en una cesta vacía. La botella puede ser una obra maestra del arte del diseño, y tener el esplendor del cristal de Bohemia o de Murano; y el recipiente del pan puede llegar a ser pieza valiosa de una vajilla de plata o de oro. Pero llamar vino a la botella vacía es una reducción engañosa del lenguaje; y llamar pan a un recipiente, aunque sea precioso, es tomar el continente por el contenido.

Algo de esto ocurre cuando se habla de la Semana Santa. Si nos atenemos a lo que se publica en la prensa de estos días, se entiende por Semana Santa los desfiles procesionales que se preparan. Son bellos, tradicionales, emotivos, expresan en mayor o menor grado el sentimiento religioso de quienes participan en ellos, tiene un contenido rememorativo y catequético, pero no son “la Semana Santa”.

“Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular. Sin embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos, sobre todo por las procesiones...En relación con la Semana Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por la piedad popular” (cf. Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n.138).

En este párrafo, el Directorio se mueve en el terreno del “deber ser”; será necesario verificar en cada caso si las manifestaciones de piedad tradicionales llevan a valorar prácticamente las acciones litúrgicas, y si en realidad las sostienen.

Como no basta una valoración teórica de las acciones litúrgicas sin consecuencias prácticas, el Directorio, refiriéndose más adelante a la celebración del Viernes Santo, añade:“es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan ante los fieles como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas...se deberá conceder el primer lugar y el máximo relieve a la celebración litúrgica, y se deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a ésta celebración en su valor objetivo”.

¿En qué consiste el valor objetivo de las acciones litúrgicas de la Semana Santa, superior al de cualesquiera otros ejercicios de piedad?

El Vaticano II definió el lugar que le corresponde a la liturgia en el conjunto de las actividades de la Iglesia y de la vida espiritual de los cristianos: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde dimana toda su fuerza” (SC 10). Afirmó, pues, sin ambigüedades la centralidad de lo litúrgico-sacramental en la Iglesia. Lo sacramental pertenece al orden de las realidades esenciales y fundamentales, es decir, a la esencia misma de la Iglesia.

Volviendo a los términos de la metáfora del comienzo: las acciones litúrgico- sacramentales en la Semana Santa son el pan y el vino; las otras formas de piedad o religiosidad son como la cesta y la botella que los contienen.

La Iglesia en las acciones litúrgicas de la Semana Santa celebra los Misterios de Cristo no en forma de representación plástica como en las procesiones sino en actualización sacramental. No en recuerdo, sino en una presencia de Cristo muerto y resucitado, aquí y ahora para nosotros.

Es verdad, y muy de agradecer, que cada iglesia particular pone lo mejor de sí misma en las celebraciones de la Semana Santa. Pero la atención no debe deslizarse hacia lo accesorio en detrimento de lo principal. Lo que celebramos en primer término es el Misterio de Cristo muerto y resucitado presente en su Iglesia, no nuestras tradiciones particulares, ni nuestras obras de arte, ni nuestros cantes peculiares; no nos celebramos a nosotros mismos, sino que nos integramos en las celebraciones de la Semana Santa como participantes en la fe de la Iglesia Católica extendida por todo el universo.

Y quienes participan en las procesiones por motivo de tradiciones, arte o folclore solamente, son muy libres de hacerlo, y sin duda obtendrán satisfacciones espirituales gratificantes y provechosas, pero eso no es participar en la Semana Santa de la Iglesia.

Hay, finalmente, una consideración que estimo interesante: Los obispos, en sus “Orientaciones Morales ante la situación actual de España” (Instrucción Pastoral de 23 de noviembre de 2006, n. 14) dicen que el proceso de descristianización y deterioro moral de la vida personal, familiar y social se ve favorecida por ciertas características de nuestra vida presente, pero añaden que “más profundamente, la expansión de este proceso ha sido facilitada por la escasa formación religiosa de muchas personas creyentes”. No cabe duda de que una causa determinante de la escasa formación religiosa de los creyentes españoles es su falta de participación en la celebración litúrgica de la Pascua semanal, que es el domingo, y en la Semana Santa, sobre todo en la Vigilia Pascual de cada año. La fe no es sólo un sentimiento religioso; la educación de la fe cristiana requiere el conocimiento y la adhesión a las verdades reveladas que alcanza su culminación en Cristo, crucificado y resucitado. La celebración litúrgica de la Pascua, cada domingo y cada Semana Santa, es el ámbito donde la fe se educa y fortalece para testimoniarla, defenderla y anunciarla en la vida diaria. Sin la mesa del Pan y la Palabra, la fe se debilita.

Y sin celebraciones litúrgicas, las procesiones de Semana Santa son preciosos recipientes que carecen de contenido.

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