jueves, 8 de octubre de 2009
VIVIR PARA LOS DEMÁS
JOAQUÍN ZUAZO, UN CONVERSO APASIONADO POR ÁFRICA
De marxista, cocainómano y pinchadiscos a voluntario con niños en Burundi
La biografía de Joaquín Zuazo refleja un hecho llamativo: fue uno de los organizadores de la boda de los Príncipes de Asturias. Pero su vida fue dando tumbos, de copa en copa, de disco en disco, de raya en raya. Un día de frío helador, sintió que algo cambiaba en él. Abrazó la fe. Ahora vive en Burundi, rodeado de niños a los que acoge, enseña y quiere.
Joaquín Zuazo nació el 12 de julio de 1982. No ha llegado a la treintena, pues. Pero parece que, una broma suya, común hace tiempo, está cumpliéndose: «Si a los treinta años no me he casado, me voy a vivir a África». Y vaya si lo está haciendo. En 2005, vivió una profunda conversión que le llevó de una vida descreída (en la que defendía eso tan manido de que la religión es el opio del pueblo) y llena (o muy vacía) de salidas nocturnas, juergas varias, coqueteos con la cocaína... a entregarse a un puñado de niños en Bujumbura, la capital de Burundi, con la Fundación María Arafasha (María Ayuda). Ahora asegura que «amar como Dios amó es muy difícil», pero tras construir una casa de acogida, ya tiene proyectado un colegio para 700 alumnos.
Su familia no encajó muy bien el golpe al principio, pero ya han visitado Burundi y, según confiesa el propio Joaquín, «conocerlo fue, por un lado, muy tranquilizador para ellos, pero por otro una angustia, porque vieron la realidad». Y es que vivir allí puede resultar un poco peligroso «si no cumples los protocolos de seguridad». Aunque Joaquín asegura que no tiene miedo. En todo caso, confiesa que a su padre «le encanta presumir de su hijo» y no es para menos.
Para saber cómo cambió su vida, cómo abrazó la fe, tendrán que esperar al final de la entrevista. Así, todo encaja mucho mejor.
- Tenía ideales marxistas ¿Los defendía, o era una pose de joven rebelde?
- Yo no creía para nada en Dios y simplemente lo justificaba en que… Hacía bastante trabajo social, no tanto como ahora, pero bastante y mi forma de explicar lo otro era que a toda esta gente le cuentan el camelo de Dios para que estén tranquilos y contentos. Que su sufrimiento viene de Dios porque tal..
-La teoría del opio del pueblo...
- Eso es. Pero tampoco atacaba a la Iglesia a saco. Si me preguntaban yo decía lo que pensaba y punto. No iba por ahí en contra de la Iglesia. Pero no era una pose. Yo lo creía, igual que ahora creo en Dios.
- ¿Cómo encajaba eso con organizar las bodas más fastuosas de España, incluida la de los Príncipes de Asturias?
- Eso era diferentes. Una cosa es lo que hacía a nivel profesional y otra lo que hacía en lo personal. De todas formas la primera boda que organicé fue la del Príncipe, en 2003, si no me equivoco y mi conversión fue en 2005. Tampoco estuve tanto tiempo sin creer en Dios en ese trabajo. Pero sí que antes trabajaba «pinchando» en bodas y el tema de las bodas lo conozco bien...
- Y de esas pompas y fastos, ¿cómo aparece en Burundi? ¿Curiosidad, aventura, ganas de escapar?
- Un poco de todo. Siempre dije en plan de broma: «Si a los treinta años no me he casado, me voy a vivir a África a darme a los demás». Pero al final parece ser que va a ser verdad. África siempre me llamó la atención. Siempre tenía un punto de aventura, de desconocido y por conocer. Tengo un tío que es cazador profesional. Ahora está en España, pero ha estado muchos años en África, viviendo en diferentes países. Al escucharle, África era un gran desconocido que había que conocer. Aparte me encanta viajar, conocer gente nueva, conocer otras culturas… Tenía un club de esquí que no me ayudaba mucho, después de mi conversión a seguir avanzando y profundizando en mi fe. Nos íbamos una o dos semanas en que vivíamos a lo loco y en 2006 decidí dejar el club de esquí: «Si de verdad me creo esto, si de verdad quiero profundizar, no me ayuda». En mis vacaciones decidí irme a África ha hacer voluntariado. Quería tener la experiencia de hacer algo fuera y estuve en mis primeras navidades en África.
- Ya converso, hay un día muy concreto en el que se decide a marchar a África definitivamente. ¿Cómo fue, qué recuerdo tiene?
- Estaba en un grupo de vida, en el que nos reuníamos para vivir la fe. Normalmente era los miércoles. Solíamos acabar con una oración en el santuario de Schoenstatt, en Madrid. Lo hacíamos con la costumbre de rezar en alto cada uno. En ese momento dije: «En septiembre dejo el trabajo y en enero me voy a Burundi». Lo sentí, salió de mí y como no sé guardar los secretos, al día siguiente ya lo sabían mis padres, mis jefes y todo el mundo. En principio nadie se lo creyó (sonríe), pero bueno…
«Salí de la cocaína gracias a Dios»
- Volviendo a los días locos del esquí. Usted ha sido consumidor de cocaína… ¿Cómo se vive con eso? ¿Tiene remordimientos? ¿Nuevas tentaciones?
- No.
- ¿Cómo lo superó?
- Cambiando de aires… Creo que fue una gracia de Dios. Empecé a hacer planes diferentes, poco a poco en seis meses acabé dejándolo. Tampoco era un consumidor a diario. Lo hacía los fines de semana y algún día entre diario que salía de juerga. Estaba muy asociado a la noche, al salir. Poco a poco fui cambiando de ambientes, de amigos, de gente. Poco a poco conocí cosas nuevas…
- ¿No necesitó ayuda profesional?
- No, fue sin buscarlo. Por eso digo que fue como una gracia.
- Según ha dicho en otras ocasiones, 2008 fue «un año de reflexión para intentar ver el camino que Dios me marca». ¿Ya ha encontrado una respuesta?
- Esa es mi gran duda. Mis grandes conversaciones van siempre por ahí. Cada vez estoy más convencido de que nunca veré un camino claro, pero sí que tengo que ir haciendo pequeñas cosas. Igual que a san Francisco Javier, san Ignacio no le pidió que evangelizara Japón, sino pequeñas cosas, poco a poco. Vamos por ese camino de momento. Hemos construido una casa de acogida para niños, ahora lo vamos a poner en marcha y estamos proyectando un colegio. De momento me siento muy feliz, y sé que mi sitio está en Burundi.
- ¿Se lo plantea como el trabajo de un laico, o ha explorado la posibilidad de ser sacerdote?
- Como el trabajo de un laico. Siento que el sacerdocio no es a lo que Dios me llama. Ya me he planteado el tema de la vocación, pero no es a lo que Dios me llama a mí.
África tiene un futuro, si le dejan.
- La Iglesia celebra estos días un sínodo de obispos centrado en África. Si tuviera la oportunidad de ir allí ¿Qué les diría sobre lo que la Iglesia puede darle a África y lo que África puede aportar a la Iglesia? ¿Cuáles serían las líneas maestras de su discurso?
- No tendría ninguna línea maestra porque no soy ningún maestro (ríe). Creo que lo primero sería escucharles y, después de alguna que otra experiencia, no todos los obispo son iguales... Estuve en Nairobi en un encuentro de oración de Tesé con 54 jóvenes. Me encantaría conocer al cardenal de Nairobi porque era alucinante. Cada tres palabras que decía había 7.000 jóvenes aclamandole. Y decía: «Soy un hombre de pocas palabras, pero sólo quiero deciros…» y le volvían a aclamar. Estuvo quince minutos hablando de los cuales ocho fueron aclamaciones. Fue tremendo. Sí les diría que aunque sea difícil, que crean en los jóvenes y que sigan luchando por África. Tienen momentos y situaciones muy difíciles, mucha presión de organizaciones internacionales, de los gobiernos… Que no desesperen y que sigan luchando, porque África tiene un futuro, el día que le dejen.
- Trabaja en Burundi en un orfanato que acaban de construir. ¿Cómo es su labor allí? ¿Cómo eligen a los niños que acogen? Porque necesitados hay los que se quiera…
- Sí, «clientes» tenemos muchos. Ahora 18 están viviendo con nosotros. Nuestro objetivo no es que sea un orfanato. Lo llamamos así porque es más común y más rápido, pero en realidad es un cetro de acogida, de tránsito, donde queremos acoger a los niños, formarles, darles todo ese cariño, ese ambiente hogareño y de familia que han perdido para que los niños vuelvan a su casa. Aunque con nosotros estén muy bien, están mucho mejor con sus padres.
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