19 OCTUBRE
Santos: Pedro de Alcántara, confesor; Juan de Brebeuf, Isaac Yogues, Renato y compañeros mártires canadienses; Pablo de la Cruz, presbítero; Berónico, Tolomeo, Lucio, Varo, mártires; Etbino, Aquilino, Zósimo, obispos; Pelagia, virgen; Fredeswinda, abadesa; Laura, viuda.
19 de Octubre
San Pedro de Alcántara, presbítero (1499-1562)
Nació en Alcántara (España) el año 1499. Entró muy joven en la Orden franciscana y llegó a ser provincial. Organizó definitivamente la reforma de los franciscanos en España, siguiendo el mismo espíritu que santa Teresa, de la que fue seguro consejero, ayudándola a llevar a cabo la reforma del Carmelo. Predicó infatigablemente por España y Portugal. Se distinguió por la penitencia y austeridad consigo mismo, y por la extremada dulzura con los demás. Murió el 18 de Octubre de 1562.
19 de Octubre
San Juan de Brebeuf y San Isaac Jogues, Presbíteros, y compañeros, mártires (años 1642-1649)
Juan Breubeuf fue martirizado el día 16 de Marzo de 1648, Isaac Jogues el día 18 de Octubre de 1647. Ocho miembros de la Compañía de Jesús, que evangelizaban el actual Canadá americano, fueron muertos entre los años 1624 y 1649, después de atroces tormentos, por los indígenas hurones e iroqueses.
19 de Octubre
San Pablo de la Cruz, presbítero (1694-1775)
Nació el año 1694 en Ovada (Italia). Movido por el deseo de perfección, abandonó los negocios de su padre que era mercader y con quien él colaboraba. Renunció a todos los bienes y vivió algún tiempo como eremita preparando con penitencia y oración la futura Congregación de los Pasionistas. Ordenado sacerdote, trabajó con intensidad creciente por el bien de las almas, sirviendo a pobres y enfermos. Predicó frecuentes misiones populares, estableció casas de la Congregación que había fundado y siempre ejerció la actividad apostólica basándose en la contemplación de la Pasión del Señor y mortificándose con duras penitencias. Murió en Roma el día 18 de Octubre del año 1775.
Día litúrgico: Lunes XXIX del tiempo Ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,13-21): En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».
Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».
Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del Monastero de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)
La vida de uno no está asegurada por sus bienes
Hoy, el Evangelio, si no nos tapamos los oídos y no cerramos los ojos, causará en nosotros una gran conmoción por su claridad: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). ¿Qué es lo que asegura la vida del hombre?
Sabemos muy bien en qué está asegurada la vida de Jesús, porque Él mismo nos lo ha dicho: «El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder» (Jn 5,26). Sabemos que la vida de Jesús no solamente procede del Padre, sino que consiste en hacer su voluntad, ya que éste es su alimento, y la voluntad del Padre equivale a realizar su gran obra de salvación entre los hombres, dando la vida por sus amigos, signo del más excelso amor. La vida de Jesús es, pues, una vida recibida totalmente del Padre y entregada totalmente al mismo Padre y, por amor al Padre, a los hombres. La vida humana, ¿podrá ser entonces suficiente en sí misma? ¿Podrá negarse que nuestra vida es un don, que la hemos recibido y que, solamente por eso, ya debemos dar gracias? «Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo).
Siguiendo esta lógica, sólo falta preguntarnos: ¿Qué sentido puede tener nuestra vida si se encierra en sí misma, si halla su agrado al decirse: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19)? Si la vida de Jesús es un don recibido y entregado siempre en el amor, nuestra vida —que no podemos negar haber recibido— debe convertirse, siguiendo a la de Jesús, en una donación total a Dios y a los hermanos, porque «quien vive preocupado por su vida, la perderá» (Jn 12,25).
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