Comentario al Evangelio del Domingo
Domingo 11/10/2.009-XXVIII Domingo Tiempo Ordinario-Marcos 10, 17-30
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Un hombre se acerca a Jesús. Es rico: no tiene problemas materiales. Es bueno: su conciencia no le acusa de nada. Sin embargo, se le ve agitado. Viene «corriendo», urgido por su inquietud. «Se arrodilla» ante Jesús como último recurso, y le hace una sola pregunta; ¿qué tengo que hacer para evitar que la muerte sea el final de todo?
Jesús le recuerda los mandamientos. Según la tradición judía, son el camino de la salvación. Pero omite los que se refieren a Dios: «amarás a Dios», «santificaras sus fiestas»... Sólo le habla de los que piden no hacer daño a las personas: «no matarás», «no robarás»... Luego añade, por su cuenta, algo nuevo: «no defraudarás», no privarás a otros de lo que les debes. Esto es lo primero que quiere Dios.
Al ver que el hombre ha cumplido esto desde pequeño, Jesús «se le queda mirando». Lo que le va a decir es muy importante. Siente cariño por él. Es un hombre bueno. Jesús le invita a seguirle a él hasta el final: «Te falta una cosa: vende lo que tienes y da el dinero a los pobres... luego, ven y sígueme».
El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación; hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocuparse de la vida futura; hay que preocuparse de los que sufren en la vida actual. No basta con no hacer daño a otros; hay que colaborar en el proyecto de un mundo más justo, tal como lo quiere Dios.
¿No es esto lo que nos falta a los creyentes satisfechos del Primer Mundo, que disfrutamos de nuestro bienestar material mientras cumplimos nuestros deberes religiosos con una conciencia tranquila?
No se esperaba el rico la respuesta de Jesús. Buscaba luz a su inquietud religiosa, y Jesús le habla de los pobres. «Frunció el ceño y se marchó triste». Prefería su dinero; viviría sin seguir a Jesús. Tal vez ésta es la postura más generalizada entre los cristianos del Primer Mundo. Preferimos nuestro bienestar. Intentamos ser cristianos sin «seguir» a Cristo. Su planteamiento nos sobrepasa. Nos pone tristes porque, en el fondo, desenmascara nuestra mentira.
José Antonio Pagola
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