sábado, 12 de diciembre de 2009

EVANGELIO Y COMENTARIO AL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO



Lucas 3: 10 - 18
--------------------------------------------------------------------------------

10 La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?»
11 Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.»
12 Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»
13 El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.»
14 Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.»
15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo;
16 respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17 En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»
18 Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.


INTENTAR EL CAMBIO



Es aleccionadora la actitud de las multitudes que escuchan al Bautista. Son hombres y mujeres que se atreven a enfrentarse a su propia verdad y están dispuestos a transformar sus vidas. Así responden al profeta: «¿Entonces, qué debemos hacer?».

Asistimos hoy a un fenómeno bastante generalizado. Se escuchan llamadas al cambio y a la conversión, pero nadie se da por aludido. Todos seguimos caminando tranquilos, sin cuestionarnos nuestra propia conducta.

Naturalmente, la conversión es imposible cuando se la da ya por supuesta. Se diría que el catolicismo ha venido a ser, con frecuencia, una teoría vacía de exigencia práctica. Una religión cultural, incapaz de provocar una transformación y reorientación nueva de nuestra existencia.

Son bastantes los que se preocupan de las «fórmulas de fe» del catecismo, pero no se plantean nunca la necesidad de una ruptura y una nueva dirección de su vida concreta.

Siempre resulta más fácil «creer» las verdades recogidas en el Astete que esforzarnos por escuchar las exigencias de conversión que se nos gritan desde el evangelio.

Por eso es bueno también hoy escuchar la voz lúcida de quienes cuestionan ciertos fenómenos de fervor religioso que parecen conmover hoy a las multitudes, sin lograr una conversión real a la solidaridad y la fraternidad.

Un hombre tan equilibrado como K. Rahner, hablando de las masas que aclaman al actual Papa, piensa que conviene preguntar a todas esas personas: «¿Rezáis cuando estáis solos?, ¿lleváis vuestra cruz en la vida real?, ¿pensáis en los pobres de nuestro entorno y en el Tercer Mundo?».

Sin duda, son preguntas que debemos hacernos todos los que hemos aclamado con entusiasmo al Santo Padre. ¿Qué sentido podría tener aclamar a Juan el Bautista y no escuchar sus palabras: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo»?

Y ¿qué sentido puede tener aplaudir enfervorizadamente a Juan Pablo II y no oír sus repetidos gritos: «Pensad en los más pobres. Pensad en los que no tienen lo suficiente... Distribuid vuestros bienes con ellos... Dadles parte de forma programada y sistemática... Mirad un poco alrededor...? ¿No sentís remordimiento de conciencia a causa de vuestra riqueza y abundancia»

P Pagola

No hay comentarios: