lunes, 7 de diciembre de 2009

COMENTARIO AL DIA DE LA INMACULADA CONCEPCION


EVANGELIO LUCAS 1-26-38



Desde tiempos remotos, Dios eligió a una mujer de Nazaret, llamada María, para
encomendarle una misión singular: la gestación, el nacimiento y el cuidado de su Palabra
hecha carne, de su Hijo concebido en sus entrañas por la fecundación del Espíritu Santo.
Naturalmente, debía ser también una mujer singular la que estuviera capacitada para todo
esto. Y esa mujer es María. Es una mujer especial, “bendita entre todas las mujeres”. Es una
mujer especial, “la esclava del Señor”, es una mujer especial que “guardaba todas estas
cosas en su corazón”. Es una mujer piadosa, con una gran fe y con una entrega generosa
hacia Dios. Los malos momentos ante la repercusión de su concepción; el largo silencio de
Dios durante tantos años; la dura tarea de saber que está tratando, que está educando al Hijo
del Altísimo; el sufrimiento indescriptible en el camino de la cruz y el sepulcro. Pero también,
la bendición especial que ha recibido de parte de Dios haciendo de ella la primera criatura de
una nueva humanidad.
El proyecto de Dios con la encarnación de su Hijo es hacer una humanidad nueva, liberada
del pecado. Muy oportunamente, la liturgia de hoy nos trae la lectura del génesis en la que
queda claro que si el pecado entró en el mundo no fue por obra de Dios sino por la intromisión
del mal y por el uso desviado de la libertad de los hombres. Bien dirá Jesús en la parábola del
trigo y la cizaña que el sembrador solamente sembró semilla buena. Alguien ajeno a Él, se
ocupó de sembrar las malas hierbas. Pues bien, Dios ha emprendido la empresa de volver la
creación al punto donde se desvió de su plan amoroso. Y si fue el Maligno quien obró esa
desviación con la colaboración de la libertad mal entendida de los hombres, este nuevo plan
va a incidir, precisamente, en ambos aspectos. De una parte, Jesús, por todos, vencerá al
Maligno; lo hará al superar la tentación; lo hará en la obediencia al Padre; pero, sobre todo, lo
hará al entregar su vida por todos. Con su resurrección, la muerte también, consecuencia de
la frustración del plan benévolo de la creación de Dios, quedará definitivamente vencida. Y la
libertad del hombre podrá corregir su rumbo extraviado mediante la fe y el seguimiento de
Jesús. Él engendra un pueblo nuevo, una nueva humanidad, sin pecado, para una nueva
creación, liberada del pecado y de la muerte.
Pero si en Jesús no hubo pecado, porque el pecado es ajeno a su condición divina, afirmamos
lo mismo de María, su madre. Dios la escogió de entre todas las criaturas para que fuera la
primera criatura de esa humanidad sin pecado. Cristo lo es por su naturaleza, no por haber
sido creado, pues no pertenece al orden de las criaturas ya que él es la Palabra creadora del
Padre. María sí. María es un ser creado, y, en cuanto tal, es, por tanto, la primera mujer,
prototipo de la humanidad nueva que Dios ha comenzado con la encarnación de su Hijo. Lo
que Jesús es en lo humano como consecuencia de su naturaleza divina, lo es también María
por la gracia, por el don que Dios le ha dado. En la representación de la Inmaculada, la Virgen
pisa la cabeza de la serpiente como símbolo de la victoria, en ella, de toda la humanidad
sobre el mal y sobre el diablo. Una humanidad nueva surge de María.
Nuestra fe en Jesús y nuestro discipulado suyo nos alcanzan la gracia de incorporarnos a ese
nuevo proyecto de Dios, a esa humanidad nueva que Jesús ha ido comenzando. Pero
nosotros estamos sujetos aún a la frustración de la primera humanidad. María y Jesús han
sido glorificados en su Asunción y Ascensión, respectivamente. Nosotros, como ellos,
caminamos hacia el Padre, guiados por la Palabra de Jesús y animados por la figura de
María, que, a través de nuestra respuesta de fe en su Hijo, nos engendra también a nosotros
para este nuevo proyecto del Padre.
Día a día nos toca enfrentarnos con la realidad del pecado en nuestras vidas. Pero sabemos
que somos parte de esa nueva humanidad y, como Jesús, como María, habremos de superar
la tentación. Sabemos que Dios llevará a su plenitud esa victoria final y definitiva sobre el
pecado, pero, mientras vivimos en este mundo, es nuestra libertad la que decide. Contemplar
a María Inmaculada, meditar en la humanidad de Jesús, igual en todo a nosotros menos en el
pecado, nos debe animar a vivir en la tierra como viviremos en el cielo.

P Pagola

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues es una foto muy inspiradora para mi me parece la foto mas HERMOSA que he visto en mi vida