domingo, 7 de febrero de 2010
COMENTARIO PAPAL SOBRE MENSAJE CUARESMAL
En su mensaje para la Cuaresma 2010 titulado "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo", el Papa Benedicto XVI explicó que "gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia 'más grande', que es la del amor, la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar", para así generar una sociedad más justa y reconciliada.
Al iniciar su mensaje dado a conocer hoy, el Santo Padre explica el significado de la justicia a partir de la conocida frase "dare cuique suum" (dar a cada uno lo suyo) y resalta que "lo suyo" es "aquello de lo que el hombre tiene más necesidad" y que "no se le puede garantizar por ley".
Si bien los bienes materiales son necesarios, dice el Papa, el ser humano "para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle".
Al hablar luego de la injusticia, el Pontífice resalta que actualmente existe una tentación que lleva a "identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene 'de fuera', para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica".
"Esta manera de pensar –advierte Jesús– es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal", dice el Papa, que tiene su origen en el pecado de Adán y Eva que reemplazaron la lógica del amor "por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta, experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre".
Benedicto XVI indica que "Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre, el forastero, el esclavo. Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia".
El Papa asegura que la respuesta divina, la justicia de Cristo "es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la 'propiciación' tenga lugar en la 'sangre' de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la 'maldición' que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la 'bendición' que corresponde a Dios".
"Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de 'lo suyo'? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad".
El Papa resalta que "se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo 'mío', para darme gratuitamente lo 'suyo'. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia 'más grande', que es la del amor, la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar".
"Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor", concluye.
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