miércoles, 6 de enero de 2010
SIN FRONTERAS-COMENTARIOS AL DIA DE LA EPIFANÍA
SIN FRONTERAS
El mensaje central del relato evangélico de los magos es claro: el Salvador nacido en Belén es para todos los hombres y mujeres de la Tierra. La salvación que trae Cristo es para toda la humanidad.
Se dice que todos vivimos ya en una "aldea universal". Pero seguimos divididos en bloques, enfrentados en razas, pueblos y naciones. El amor universal que debería brotar de la fe en Jesucristo no logra unir divisiones, salvar distancias y curar rupturas.
¿Dónde ha quedado el carácter universal y católico del cristianismo? Porque hemos de reconocer que somos los cristianos quienes vivimos divididos por particularismos ideológicos y políticos, separados por discriminaciones y sectarismos de origen diverso.
Nuestro amor no es universal y sin fronteras, capaz de abrirse a todos los hombres y mujeres de la Tierra, y de buscar la justicia y el bien para todos los pueblos. Encerrados en nuestros propios intereses, seguimos invocando a Dios Padre de todos, de espaldas precisamente a los más necesitados.
¿Cómo caminar hacia esa fraternidad amplia y universal que exige la adhesión al Salvador del mundo?
¿Cómo unir solidariamente a los hombres y mujeres de la Tierra, si, «ya no son éstos, días para vivir separados»?
¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la fe cristiana no nos hace más universales?
¿Por qué seguimos interesados casi exclusivamente por lo nuestro?
Teilhard de Chardin escribía hace unos años estas palabras: «No es posible fijar habitualmente la mirada sobre los grandes horizontes descubiertos por la ciencia, sin que surja un deseo oscuro de ver ligarse entre los hombres una simpatía y un conocimiento crecientes, hasta que, bajo los efectos de alguna atracción divina, no existan más que un solo corazón y un alma única sobre la faz de la Tierra. »
El relato de los magos nos revela en el Niño de Belén esa "atracción divina " de la que habla Teilhard de Chardin. Ese Niño nos invita a los creyentes a ensanchar nuestro horizonte, vivir nuestra fe con amplitud universal y colaborar en la creación de una solidaridad real y efectiva entre todos los pueblos.
El relato evangélico sólo habla de unos magos o sabios. Más tarde, la tradición empezó a hablar de «tres magos», fundándose en el número de regalos que ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra.
A partir del siglo octavo, se mencionan incluso sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Más tarde, se los considera como representantes de las tres razas entonces conocidas: blanca, amarilla y negra. De manera ingenua pero inteligente, la tradición entendía que el cristianismo estaba llamado a unir a todos los pueblos de la Tierra.
P Pagola
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