miércoles, 3 de junio de 2009

COMPRENDER EL MISTERIO DE LA TRINIDAD


El Misterio de la Santísima Trinidad

¿Por qué es un Misterio? ¿Es verdad que el hombre no puede llegar a comprenderlo? Un breve artículo para
conocer la explicación que da la teología al respecto.
Por Ricardo Sada Fernández

Muy conocida es la anécdota de la vida de San Agustín cuando, meditando cierto
día sobre el misterio de la Santísima Trinidad, se encontró a un niño que pretendía
con una concha vaciar el mar en un pequeño agujero. Dios le daba a entender así la
desproporción de querer penetrar en la profundidad de Sus Misterios con la
capacidad de una mente creada.
Hay un límite a lo que la razón humana -aun en condiciones óptimas- puede captar
y entender. Dado que Dios es un Ser infinito, ningún intelecto creado, por dotado
que esté, puede abarcar su insondable grandeza.
La más profunda de las verdades de fe es ésta: habiendo un solo Dios, existen en
Él tres Personas distintas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Hay una sola naturaleza
divina, pero tres Personas divinas. En lo creado, a cada “naturaleza” corresponde
siempre una “persona”. Si hay cuatro personas en una oficina, cuatro naturalezas
humanas están presentes; si sólo está una naturaleza humana presente, hay una
sola persona. Así, cuando tratamos de pensar en Dios como tres Personas con una
y la misma naturaleza, nos encontramos como dando de topes contra la pared.
Aunque esta verdad (y otras que después veremos) no quepan dentro de lo
limitado de nuestras facultades, no por eso dejan de ser verdades y realidades. Las
creemos no porque las descubra la razón, sino porque Dios nos las ha manifestado,
y Él es infinitamente sabio y veraz. Para captarlas mejor tenemos que esperar a
que Él se nos manifieste del todo en el cielo.
Sin embargo, los teólogos se han esforzado para explicarnos algunas cosas. Nos
dicen que la distinción entre las tres Personas divinas se basa en la relación que
existe entre ellas. Veamos cómo razonan.
En primer lugar, consideremos a Dios Padre. Éste, con su infinita sabiduría, al
conocerse a Sí mismo, formula un pensamiento de Sí mismo. Tú y yo, muchas
veces, hacemos una cosa parecida. Cuando piensas en ti (o yo en mí), lo que haces
es formarte un concepto sobre el propio yo “Juan López”, o “María Pérez”, es decir,
“aquello que eres tú para ti mismo”.
Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre nuestro propio conocimiento y
el de Dios sobre Sí mismo. Nuestro conocimiento propio es imperfecto, incompleto
(“nadie es buen juez en causa propia”). E incluso, si nos conociéramos
perfectamente, -es decir, si nuestro concepto sobre el propio yo fuera una clarísima
reproducción de nosotros mismos-, tan sólo sería un pensamiento que no saldría de
nuestro interior, sin existencia independiente, sin vida propia. El pensamiento
cesaría de existir, aun en mi mente, tan pronto como volviera mi atención a otro
asunto.
Tratándose de Dios, las cosas son muy distintas. Su pensamiento sobre Sí mismo
es perfectísimo: abarca completamente todos y cada uno de los aspectos de su
infinitud. Pero un pensamiento perfectísimo, para que de verdad lo sea, ha de tener
existencia propia (si puede desaparecer, le faltaría esa perfección). Tal fuerza tiene
Su pensamiento, es tan infinitamente completo y perfecto, que lo ha re-producido
con existencia propia. La imagen que Dios ve de Sí mismo, la Palabra silenciosa con
que eternamente se expresa a Sí mismo, debe tener una existencia propia, distinta.
A este Pensamiento vivo en que Dios se expresa a Sí mismo perfectamente lo
llamamos Dios Hijo. Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la
expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí. Por ello, la segunda Persona de la
Santísima Trinidad es llamada Hijo, precisamente porque es generado por toda la
eternidad, engendrado en la mente divina del Padre.
Además, como esa generación es intelectual, se le llama “Verbo” es decir,
“Palabra”. Dios Hijo es la “Palabra interior” que Dios Padre pronuncia cuando su
infinita sabiduría conoce su esencia infinita.
Aunque en este punto ya habremos tenido necesidad de poner a trabajar la mente
un poco más que de ordinario, hagamos un esfuerzo adicional para ver cómo nos
explican los teólogos la realidad del Espíritu Santo.
Dios Padre (Dios conociéndose a Sí mismo) y Dios Hijo (el conocimiento de Dios
sobre Sí mismo) contemplan la naturaleza que ambos poseen en común. Al verse
(estamos hablando, claro está, de modo humano), contemplan en esa naturaleza lo
bello y lo bueno en grado infinito. Y como lo bello y lo bueno producen amor, la
Voluntad divina mueve a ambas Personas a un acto de amor infinito, de la Una
hacia la Otra. Ya que el amor de Dios a Sí mismo, como el conocimiento de Dios de
Sí mismo, son de la misma naturaleza divina, tiene que ser un amor vivo. Este
amor infinitamente perfecto, infinitamente intenso, que dimana eternamente del
Padre y del Hijo es el que llamamos Espíritu Santo “que procede del Padre y del
Hijo”. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es el “Amor
Subsistente”, el “Amor hecho Persona".

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