jueves, 28 de mayo de 2009
MIRADAS QUE NO DESCANSAN
BAJO LA MIRADA DE DIOS
Tu mirada, Dios mío, no es sólo agradable, es benéfica. No nos encuentra
amables, nos hace amables. Mirar con amor y crear y enriquecer al ser que
creaste es una misma cosa para Ti, Dios mío. Que tus miradas se dignen volverse
hacia mi alma y posarse dulcemente sobre ella... Nada es tan grato para mí como
saber que estoy así siempre bajo tus ojos. Me parece que debo mantenerme en el
más profundo respeto y en la más humilde modestia. Pero también, ¡qué luz no
encontraré yo en tu mirada! Ilumina mi camino. Me enseña el verdadero valor de
las cosas y me hace ver si son para mí obstáculos o medios. Y, a mi vez, me
permite iluminar a los demás. Sin ella ya no sería más que tinieblas. ¡Oh mirada
de mi Dios, querría fijarte en mí para siempre!
Tu mirada, ¡oh Dios mío!, no es una mirada exterior al alma; es interior, íntima.
El alma tiene la impresión de ser penetrada por ella como desde dentro y hasta el
fondo. Esto es certísimo. Esa mirada eres Tú mismo, Dios mío, que vives en el
alma y que la iluminas a un mismo tiempo sobre Ti, sobre ella y sobre todas las
cosas. El alma tiene conciencia de esa iluminación interior. Se parece a un cristal
purísimo que, expuesto directamente al sol, fuese atravesado por sus rayos
luminosos, y que lo supiera. Pero ésa es una comparación muy débil. Porque el
alma es espíritu. Y Dios es espíritu. Y nada puede dar una idea exacta de lo que
sucede en el orden de la luz, cuando Dios invade el alma y la llena de sí mismo.
¡Él, que es la Verdad! ¡Dichosa el alma sin defecto y sin mancha a quien los
rayos divinos puedan iluminar plenamente! ¡Es tan dulce ver así a Dios en si
mismo!... Es ya un poco de cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario